Jugar a rol o como convencer a tu familia de que no estás en una secta
¡Hola a tod@s!
A falta de reseñas, buenas son las experiencias. Y hoy os
traigo mi breve historia en este mundillo, que seguramente coincida
parcialmente con la de alguno de vosotr@s. Espero que os guste o que al menos
os echéis unas risas.
Mis andanzas roleras comenzaron cuando yo tenía 12 años.
El hermano mayor de un amigo mío era para mí un tío raro. Llevaba melenas,
camisetas de grupos heavys, tenía estanterías llenas de libros esotéricos y
manuales de distinta índole. Y por supuesto lo que más impresión causaba a mi
mente pre púber era que en la puerta de la habitación había colgado un poster enorme
de Xena la princesa Guerrera (y con enorme quiero decir que ocupaba
literalmente toda la puerta). Era un chico bastante singular. Jugaba a una cosa
que se llamaba rol y que no se parecía en nada al fútbol; y pese a lo larga y
afilada que ha sido siempre la infundada sombra del rol (recordemos algunos
casos sonados en los que los medios han demonizado esta forma de ocio), este
chico no se parecía en nada a mi imagen mental de Jack el Destripador. La
verdad es que habiendo pasado esa primera impresión y los turgentes pechos del
poster de la puerta, era una persona muy agradable.
Para mí, ir a casa de mi amigo y su hermano los viernes
por la tarde era algo casi secreto. Era como una reunión de una logia, algo
prohibido y peligroso ¿o no?
La verdad es que poco tenía que ver con lo que salía en
las noticias de gente a la que se le iba la olla o sacrificaba niños o vete tú
a saber que hacían. Con él jugábamos a D&D, Pathfinder, Star Wars (era su
favorito) y alguna otra cosilla de forma esporádica. Y poca acción tenía eso,
porque más tiempo pasaba (y sigo pasando) rellenando la ficha que jugando. Era
todo un ejercicio de imaginación, pero de los divertidos además.
Lamentablemente, al año de comenzar a jugar, el hermano de David se fue a
estudiar fuera.
(Es importante señalar que mi opinión sobre lo que es un
tío raro ha cambiado radicalmente. Al lado del tomo uno del Mosca-Tipler, un
viejo amigo para muchos; tengo La Llamada de Cthulu, un libro sobre Geomancia,
un recopilatorio por los 75 años de Wonder Woman y los ejemplares de mayo a
noviembre de la National Geographic. Y en vez de un poster de Xena, tengo un
calendario de dudoso registro de Geralt de Rivia. Y para nada soy una tía rara…)
En los años posteriores, fui conociendo gente en diversos
eventos de mi ciudad (tipo Salón del Cómic), de edades similares a la mía con
los que quedaba de vez en cuando a jugar a D&D 3.5. También fue esa época
cuando conocí Mundo de Tinieblas y por ende, Vampiro, La Mascarada. Para mí era
todo un descubrimiento. ¿Desde cuándo se podía jugar a rol sin tirar dados
hasta para abrir una puerta? ¿Y por qué no era necesario liarse a hachazo
limpio con el primer PNJ que se cruzaba contigo? Vampiro trajo una auténtica
revolución a mi forma de entender el rol y consiguió que, pese al miedo/vergüenza
que me daba, descargara el PDF del manual. Era un acto de rebeldía total. Si en
mi casa se enteraban (muy chapados a la antigua) me tomarían por una asesina o
una loca o una sectária, y definitvamente yo no era una de esas cosas, tan sólo
me sentaba delante de una ficha de papel a interpretar a un personaje de
ficción en un mundo de ficción.
Lamentablemente, la gente iba y venía del grupo y por
tanto, las reuniones eran un tanto esporádicas. Yo misma terminé abandonando el
grupo por culpa de una relación un poco abusiva y el cierre mental de mi grupo
de amigos de entonces. Y no sabéis cuánto me arrepiento.
Un par de años más tarde y habiéndome deshecho por el
camino de un par de enanos mentales, comencé la universidad y llegué a la asociación
de rol y ludoteca de la Universidad de Zaragoza: mi actual asociación, La Cueva
de Smaug. Que decir además de que allí conocí gente con cientos de partidas de
rodaje, auténticos expertos en la materia, unos cuantos muchos juegos de los
que nunca había oído hablar y grandes amigos. Comencé a hacer acopio de manuales propios, dados
y demás cachivaches roleros, así como libros de temática muy variada para dar
profundidad y trasfondo a mis partidas. Conocí los sistemas genéricos Hitos,
Gurps (sí, no había oído hablar de Gurps, no me matéis) o mi querido Fate; así
como cosas más informales con Fanhunter y otros manuales menores. Poco a poco
me he ido construyendo mi propia biblioteca, con alguna edición rara y algún
descatalogado. Sin embargo, al poco de comenzar mis adquisiciones, llegó un día
un tanto... singular.
Mi padre llegó a mi estantería en busca de folios y admiró
títulos y portadas tales como las de Vampiro: Edad Oscura (el manual de La
Factoría, el que da grimilla), mi edición ilustrada del Necronomicón o el que
más le gustó sin duda alguna: Cultos Innombrables.
Casi le da un patatús al hombre. Imaginaos la situación. Entrar en el
cuarto de tu niña linda y ver un libro sobre unos “pulpos espaciales” que
quieren destruir el mundo o algo así y que encima pone “rol” en las páginas. ¡Rol!
Escalofriante.
En resumen, estuve varias horas (literal) explicándole que
no me había unido a una logia masónica, que no iba con armas blancas por la
calle, que no estaba en una secta apocalíptica, que no atracaba viejas por la
calle y que tampoco me sentaba desnuda en medio de un círculo hecho con velas.
Sorprendentemente, y pese a mi pronóstico inicial en mi casa entendieron que el
rol (o explicado para tontos, sentarse en una mesa con un papel a hacer un
ejercicio de interpretación simple) no era peligroso, no hacía que perdieras la
cordura y poco se parecía a la imagen que los medios han labrado de esta forma
de ocio durante tantos años.
Actualmente, mi madre es la que lee mis campañas y decide
si son interesantes o un peñazo, quien debería ser el malo maloso o que
derroteros pueden seguir mis no muy avispados jugadores. Estoy metida hasta las
rodillas en una brutal campaña de Mago: La Ascensión y sigo apropiándome de
todo manual que pasa por mis manos.
Espero que os haya gustado este trocito de mí y que me
contéis como empezasteis vosotr@s.
¡Feliz roleo!
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